Por Pablo Sanabria Pulido

Publicado en Razón Pública

El consejo de ministros “live” mostró que lo mejor que hace Petro, la política, siempre le ha ganado a la gestión pública efectiva y al liderazgo colectivo en su proyecto gubernamental.

El martes 4 de febrero, el presidente Gustavo Petro transmitió en vivo su consejo de ministros por televisión. Más allá de la discusión sobre la legalidad de dicho acto, para sus partidarios esto fue un acto de transparencia; para sus opositores, una muestra de descoordinación gubernamental. El presidente permitió al público ver las entrañas de su gobierno, y convirtió el evento en una mezcla de telenovela y reality show. Una especie de examen oral autoinfligido por el presidente para que el pueblo “sepa”, como dijo él mismo. 

Esto nos permite usar y analizar sus escenas como un laboratorio de política, gestión pública y liderazgo. A continuación, analizo elementos desde estas tres dimensiones.

Lo político

Uno de los primeros elementos para explorar son las motivaciones políticas para televisar y hacer público un consejo de ministros. 

Hay un punto central y es que, en vista de la baja implementación y la precaria gestión de su gobierno, quizás el presidente encontró en la transmisión la forma de mantener la atención pública, tratar de limpiar su imagen a costa de las de sus ministros y de paso crear incentivos a su equipo e iniciar la carrera en el partidor para definir sus apoyos y bendiciones, eso sí de una forma visceral.

 Con las movidas rápidas y visibles de candidatos de otras facciones políticas, y ante las dificultades en la favorabilidad del presidente y la liviandad de su gobierno, es muy probable que ante el inicio de la campaña electoral, el presidente aproveche su visibilidad y el aparato estatal para ayudar a los potenciales sucesores de su movimiento a ganar espacio frente a otros candidatos. No es una cuestión de definir ya candidatos, pero sí de establecer en el partidor unos nombres frente a la opinión pública que hagan contrapeso al avance de los candidatos de la oposición. 

Si su gobierno ha sido un mano a mano con sus opositores, en el que ha tratado de establecer por todos los medios la majestad y la omnipotencia de su figura presidencial, y ante todo su poder para doblegar a quienes no se alinean ni comulgan con su “revolución”, las elecciones de 2026 serán una prueba de fuego para su capital político. Petro sabe que no solo se jugará su prestigio y el real peso de su capital político, sino que esas elecciones quizá sean la única oportunidad de avanzar su “revolución” y reformular un poco la narrativa negativa en que está pasando su gobierno a la historia, a través de una continuidad que destrabe, al menos en teoría, su revolución y sus reformas soñadas pero bloqueadas. 

El consejo de ministros en vivo era entonces un free press para el futuro de la campaña de sus leales.

La gestión pública

Un consejo de ministros es el espacio clave de coordinación del alto gobierno. Es el espacio del gabinete, la cabina de mando. Las carteras se sientan junto al presidente y su equipo más cercano a revisar avances en prioridades y estrategias, a recomponer rumbos de programas y políticas o a decidir y reforzar la acción gubernamental bajo la mirada y la línea presidencial. Nada más lejano de eso. 

En el consejo de ministros del martes el presidente habló de forma errática, mencionó un sinnúmero de compromisos y descompromisos, regañó a sus ministros cartera por cartera, ridiculizó a algunos, menospreció a otros. No dio línea ni estableció un orden para evaluar de forma sustentada los avances o atrasos de su gobierno. Y si no hubo espacio para lo estratégico y estructural, mucho menos para lo coyuntural. Poco o nada se habló de la crisis de seguridad en el país, los problemas en el Catatumbo, Chocó o Cauca, o de la crisis fiscal y presupuestal de su propio gobierno. 

Lejos están los tiempos de Uribe o de Santos, por solo dar ejemplos cercanos, donde había sistemas de seguimiento a los avances en la estrategia del Gobierno, es más, en los que había una estrategia y era clara para los miembros del gobierno mismo y los actores externos. En esos gobiernos las prioridades estaban definidas de forma precisa, había sistemas y equipos transversales de seguimiento y los ministros recibían línea presidencial, eran acompañados por esos equipos transversales y reportaban avances y problemas a Presidencia. Aún más, había espacio o procesos para llegar al presidente o a su equipo cercano, lo cual parece infranqueable en el gobierno Petro. 

En los gobiernos de Uribe y Santos se definieron proyectos y programas de interés nacional y estratégico, y había dolientes encargados de acompañar al presidente en su seguimiento para gestionar a los ministros, alinear sus objetivos con los del presidente y el Gobierno y asegurar la implementación y sus resultados. 

El talón de Aquiles del gobierno de Petro ha sido sin duda su capacidad de gestión. Las limitaciones a la hora de construir una estrategia sólida y planeada en el tiempo han determinado los pobres resultados cuando ya se han cumplido las dos terceras partes del período presidencial. A Petro y a su gobierno les falta gestión pública y les sobra activismo y protagonismo mediático y de redes. El consejo de ministros en vivo comprobó eso con lágrimas, indirectas y declaraciones de amor en vivo, pero sin toma de decisión ni gestión, que es lo esperable de ese espacio del alto gobierno. Si los actos estelares de algunos llamaron la atención, los silencios de otros también deben decir mucho, especialmente de aquellos actores del Gobierno en el ojo del huracán. Como he mencionado en previas columnas, uno de los grandes problemas de Petro ha sido la forma como configuró un gobierno con leales sin experiencia ni formación en la administración pública, o con políticos profesionales convenientes con agendas propias y clientelismo, o activistas con mucha ideología y poca capacidad administrativa. Las personas son claves en la gestión pública, y la propia desconfiguración y desalineación del equipo que se vio en el consejo de ministros ha limitado sus posibilidades de mejorar la gobernabilidad y con ello la implementación del Gobierno. Si había preocupación sobre las capacidades y problemas de gestión de Gustavo Petro y su equipo cercano, el consejo de ministros en vivo la confirmó y exacerbó.

El liderazgo

El consejo de ministros mostró claramente el ineficaz estilo de liderazgo del presidente Petro. Transmitió sus métodos de gobernar y coordinar equipos. Sus regaños en vivo y varias formas de ridiculizar a su equipo reflejan un liderazgo tradicional que ya no es deseado en organizaciones. 

En lugar de un modelo de liderazgo transformacional y colectivo, clave en la gestión pública para motivar, alinear objetivos y agendas, y unir fuerzas, el presidente adoptó una forma de liderar que divide, subyuga, y cercena la capacidad del trabajo en equipo. Las quejas y reclamos del presidente en el consejo muestran un estilo de gestión que ya se había percibido de alguna forma a lo largo de estos dos años y medio. 

En vez de asumir fracasos y compartir logros, el presidente reparte culpas. Se lava las manos de los problemas, no comparte soluciones ni da línea o ayuda, y se queja de que los ministros tienen sus propias agendas. Lo interesante es que ese es el centro de su trabajo en el Gobierno, pero Petro parece no tenerlo claro o lo omite deliberadamente (“Está hablando el presidente”). 

La figura presidencial está para dirigir la estrategia y el rumbo hacia ella, y para ello es clave escuchar, gestionar y alinear las agendas y objetivos de sus ministros con la suya. Es entender que a su gobierno llegaron, como en cualquier gobierno de coalición, diferentes tipos de ministros. Leales y no leales al Gobierno o al presidente, del proyecto de la izquierda y de las coaliciones con partidos políticos tradicionales, varios activistas y miembros de base política del Pacto Histórico, políticos camaleónicos, y algunos perfiles técnicos. Una parte central del papel del presidente es gestionar esas diferencias y desalineaciones. El Gobierno es un espacio fragmentado y poroso, con múltiples actores moviéndose en diferentes direcciones y no necesariamente alineados con los objetivos presidenciales. El trabajo del líder del Gobierno es comprender los demás liderazgos, alinearlos con el suyo y ser capaz de construir un proyecto de liderazgo colectivo que ayude a alcanzar la estrategia. El liderazgo de Petro está lejos de llegar allí y refleja más su propia desesperación ante la imposibilidad de movilizar su agenda y su equipo. También sus propias carencias de relaciones interpersonales, pues no ha logrado abrir espacios de intercambio con su propio equipo (“presidente, póngame un poquito de atención”) y menos construir relaciones recíprocas y propositivas con su equipo, con su gabinete. 

La transmisión mostró de forma descarnada las pobres habilidades no cognitivas (mal llamadas blandas) del presidente actual de Colombia y, ante todo, su estilo de “desliderazgo”.

En conclusión, el consejo de ministros “live” mostró cómo se hacen las salchichas de gestión en este gobierno. Por supuesto, lo que se vio no es agradable al ojo humano, como con las salchichas. Mostró que lo mejor que hace Petro, la política, siempre le ha ganado a la gestión pública efectiva y al liderazgo colectivo en su proyecto gubernamental. Confirmó y despertó más dudas y perspicacias. Desnudó la ausencia de estrategia y la carencia de un mecanismo efectivo de seguimiento a la gestión. Desencarnó las brechas y rupturas en su equipo, y la propia desesperación presidencial frente a sus pobres resultados. También mostró, esto sí por cartera, las ambiciones, sumisiones o rebeliones frente al ejercicio “revolucionario del presidente” o frente a la futura campaña principal. La mala noticia es que nada parece haberse alineado o mejorado luego del consejo. Por el contrario, el Gobierno con la transmisión parece haber salido del clóset y declarado con máximo detalle sus propias incapacidades a seguidores y opositores. 

Al final, a pesar de que algunos seguidores agradecieron la transparencia de mostrar dichas escenas, lamentablemente lo visto está lejos de ser gobierno abierto, al menos como lo entendemos en gestión pública. Fue más una transmisión en tiempo real de desgobierno, desorganización y desliderazgo. Un desliderazgo que le hace tanto daño al proyecto de Petro como se lo está haciendo al país. Todos perdemos.