Por Pablo Sanabria Pulido en Razón Pública
A Petro debería inquietarle la forma como quedará inscrito en la historia: como el mandatario que supo rectificar el rumbo y concluir su gobierno sin quebrar más expectativas, o como aquel que dejó tras de sí una estela de debilitamiento institucional y erosión democrática.
Queda menos de un año del gobierno de Gustavo Petro. Los indicadores muestran un balance más agrio que dulce y una gobernabilidad comprometida para cerrar de forma efectiva sus reformas. Entre los frentes que ha logrado mantener estables están el crecimiento lento pero positivo del PIB, la reducción del desempleo y la moderación de la inflación, aunque en buena medida gracias a las políticas del Banco de la República, algo que no obstante él mismo ha atacado y desestimado.
En cambio, los asuntos en rojo son numerosos y críticos: por mencionar algunos, un déficit fiscal creciente y una pérdida de rumbo en las finanzas públicas; la rebaja en las calificaciones internacionales por el mal manejo fiscal; el fracaso del proceso de “paz total” y el agravamiento de la violencia, la inseguridad y el secuestro; el control de vastas zonas del país por mafias y grupos armados; un manejo débil de la política exterior y una búsqueda casi descarada de politización y clientelismo; el deterioro en la calidad de los servicios de salud y el aumento del gasto de bolsillo de las familias; la crisis del Icetex y las dudas sobre la verdadera cobertura en matrícula de educación superior. Las caídas en varios indicadores fiscales y monetarios reflejan un camino que muchos comparan con una bomba de tiempo similar a la que vivieron Venezuela y Argentina.
¿Cómo puede gestionar el presidente este último año de gobierno?
Si algo podría intentar Petro es culminar sus iniciativas con mejor receptividad, enfocarse en los temas urgentes y mejorar un legado que hasta ahora parece esquivo y poco prometedor para más del 70% de los colombianos, según sus bajos niveles promedio de favorabilidad. Con esta larga lista de pendientes y temas sensibles, el presidente y su gobierno tienen dos rutas: cerrar frentes y pasar a la historia como un mandatario que corrigió el rumbo y respetó la institucionalidad, o intensificar la radicalización y la politiquería transaccional de la mano de actores que han enrarecido su propio ambiente político por ejemplo planteando sin ningún rubor ir en contra de nuestro marco institucional y democrático.
Ambos escenarios parecen extremos y quizá lo que ocurra sea un modelo mixto, en el que busque mantener cierto orden institucional en algunos frentes, pero genere condiciones de descontrol en otros, con la intención de alterar el proceso electoral en tiempos y procedimientos. No obstante, vale la pena revisar las dos opciones, reconociendo que esos escenarios son improbables, pero no por ello imposibles.
Escenario 1: El Petro que rectifica
En un escenario hipotético Petro podría recuperar el ritmo de su gobierno en algunas reformas, aumentar su popularidad con estrategias como las relacionadas con la reducción de tarifas de energía, especialmente en el Caribe, o la mejora de la cobertura de los servicios de salud del magisterio, y recomponer sus relaciones con amplios sectores sociales y políticos con los que, en lugar de construir alianzas, ha terminado desgastando vínculos y debilitando su propia gobernabilidad.
Esto implicaría algo que no parece muy plausible con el equipo actual, y menos en época electoral: recuperar un manejo técnico de la hacienda pública y las finanzas, reducir el desorbitado gasto y mejorar los niveles de recaudo, fortalecer su gabinete con perfiles técnicos para el cierre de gobierno, disminuir la politiquería y el clientelismo que han caracterizado estos tres años, y asumir personalmente el esclarecimiento de los casos de corrupción que tienen prófugos a algunos miembros de su administración.
Este escenario, sin embargo, es poco probable por la ausencia de una estrategia gubernamental clara y, especialmente, porque Petro parece enfocar sus energías en el proceso electoral hacia la Presidencia. Las fuertes divisiones internas de su partido lo obligarán a jugar cartas duras para intentar reparar sus divisiones y definir un candidato o candidata única que se muestre capaz de capitalizar el conocido 30% de favorabilidad frente a oposiciones de derecha y centro cuya alta fragmentación y falta de propuestas contundentes, sin embargo, constituyen su principal oportunidad de continuidad.
Escenario 2: El Petro radicalizado
Aunque ambos caminos son viables, este parece ser más probable, si se considera la trayectoria de creciente radicalización, la combinación de clientelismo y politiquería, la falta de estrategia y el precario liderazgo colectivo de los primeros tres años. Su gabinete ha sido inestable y fragmentado, con bajo nivel técnico y serias deficiencias de comunicación y articulación en áreas clave como seguridad y paz, salud, política social, energía y minería, y medio ambiente, entre otras áreas. Todo este contexto de precaria gestión hace aún más difícil la rectificación, así la radicalización sea un salto al vacío.
A esto se suman los escándalos de corrupción, los desvíos institucionales y las crisis de liderazgo en varios sectores. En ese marco, la radicalización cobra fuerza si se observa la resonancia que han tenido en el Gobierno figuras como Saade, con mensajes reiterados y abiertamente contrarios a la institucionalidad democrática, y el regreso de personajes polémicos al Gobierno y al gabinete que, más que sumar, restan gobernabilidad. En este escenario, Petro probablemente continuará utilizando la estrategia de comunicación y gobierno que le ha sido familiar: cortinas de humo y selección sesgada de datos, desconexión gubernamental con su equipo y gabinete, uso de sus canales para presentarse ante su electorado como la víctima de un sistema que conspiró en su contra, de un establecimiento y una prensa que le habrían impedido gobernar. Todo un argumento funcional para reclamar más tiempo y continuidad para su proyecto político.
Esta combinación de estrategia y discurso, coherente con lo que ha mostrado en estos años, podría convertirse en la plataforma de una radicalización en su versión más extrema. Distintas voces han advertido que este giro formaría parte de un plan orientado a romper las estructuras democráticas e institucionales, con el fin de prolongar su permanencia en el poder, alentado por las bases más radicales de su movimiento y por operadores políticos camaleónicos dispuestos a aprovechar el caos para ganar cuotas y consolidar poder, en una dinámica que recuerda al caso venezolano.
Lo que está en juego
En cualquier escenario, el presidente Petro debería recordar que Colombia es un país en el que, cuando se trata de amenazas a la institucionalidad, actores clave y la sociedad civil suelen cerrar filas para defender el marco democrático. La historia lo ha demostrado más de una vez. Ese debería ser argumento suficiente para que evalúe con cuidado cómo usará el tiempo que le queda.
Todavía tiene la posibilidad de visibilizar algunos resultados sociales y ambientales que podrían ayudarle a mejorar la narrativa sobre el desempeño de su gobierno, y de reconquistar sectores que votaron por él pero que hoy están desencantados por su errática gestión y su confusa comunicación. Aunque quizás él mismo considere que esto es casi imposible y que las cartas ya están jugadas, sin posibilidad de retroceder y recomponer. Así, lo que le espera a Colombia este año será, seguramente, una de las mayores pruebas a su institucionalidad. También será una oportunidad para observar las debilidades de nuestro sistema político en materia de arreglos institucionales y reglas de juego, y repensar aspectos clave que refuercen la solidez de nuestra democracia y la capacidad de nuestra administración pública para hacer frente a avances populistas de derecha o izquierda.
Gustavo Petro y la izquierda colombiana todavía tienen la posibilidad de cerrar su paso por el poder con altura y respeto por la institucionalidad, siempre que comprendan la magnitud del reto histórico que enfrentan. Más allá del visible afán de prolongar su permanencia que parece seducir a varios de sus aliados, al presidente debería inquietarle más la forma como quedará inscrito en la historia. Como el mandatario que supo rectificar el rumbo y concluir su gobierno sin quebrar más expectativas, o como aquel que dejó tras de sí una estela de debilitamiento institucional y erosión democrática, defraudando a millones de colombianos que lo vieron como una opción de cambio y que, en lugar de ver cumplidas sus esperanzas, presenciaron un intento deliberado por descuadernar el país.